Hace pocas semanas el Ministerio de Educación de Chile decretó que el golpe militar que encabezó el general Pinochet tenía que presentarse en forma diferente en los libros escolares de ese país. Para comenzar, la dictadura militar se llamaría “régimen militar”. Según el investigador chileno, Alvaro Cuadra, “cuanto más deleznable es un acto, tanto más se le reviste de una interesada retórica que esconda su naturaleza. De este modo, cada documento adquirió el tono formal para legitimar la ignominia”.
Pinochet gobernó Chile durante 17 años (1973-1990). En ese período en que los militares tomaron la ley en sus propias manos, murieron bajo la represión de las armas 3 mil personas, en su mayoría jóvenes, especialmente trabajadores y estudiantes. Cuadra plantea que la dictadura no sólo produjo persecución y muertes, “los chilenos fuimos rehenes por las armas y, también, prisioneros del lenguaje. El nuevo poder militar se apropió del habla e impuso el silencio ante cualquier disidencia. Si toda dictadura se define como un gobierno que impone su autoridad violando la legislación anteriormente vigente, la dictadura del lenguaje puede entenderse como un régimen que legitima en los signos una autoridad de facto. Por ello, toda dictadura vigila el lenguaje, lo administra y lo censura”.
Pinochet gobernó Chile durante 17 años (1973-1990). En ese período en que los militares tomaron la ley en sus propias manos, murieron bajo la represión de las armas 3 mil personas, en su mayoría jóvenes, especialmente trabajadores y estudiantes. Cuadra plantea que la dictadura no sólo produjo persecución y muertes, “los chilenos fuimos rehenes por las armas y, también, prisioneros del lenguaje. El nuevo poder militar se apropió del habla e impuso el silencio ante cualquier disidencia. Si toda dictadura se define como un gobierno que impone su autoridad violando la legislación anteriormente vigente, la dictadura del lenguaje puede entenderse como un régimen que legitima en los signos una autoridad de facto. Por ello, toda dictadura vigila el lenguaje, lo administra y lo censura”.
Pinochet barrió con las organizaciones populares y también con las costumbres de las capas medias. Transformó la salud y la educación en mercancías. La riqueza del país fue concentrada en manos de una oligarquía financiera que aún se beneficia de las reformas neoliberales. Chile emergió de la dictadura militar en 1990 con una estructura social nueva y con una visión del mundo diferente, creada a punta de sangre y fuego por los generales pinochetistas. Incluso, el lenguaje fue transformado.
En el caso de Panamá, la dictadura militar (1968-1989) duró 21 años. A diferencia de Chile, las clases sociales que impulsaron las transformaciones de la Guardia Nacional se denominaban “desarrollistas”. (Una versión tardía de otras que aparecieron en la región). Para imponer su régimen sobre las fuerzas opositoras cobraron 110 vidas y exiliaron a decenas de políticos tanto de derecha como de izquierda.
A diferencia de Chile, donde el nuevo lenguaje tenía un tono neoliberal y las palabras que se introducían al vocabulario justificaba la transferencia de riquezas de los más pobres hacia los más ricos, en Panamá la ideología “desarrollista” se esforzó por crear un vocabulario populista.
En Chile, dice Cuadra, “después de más de veinte años del llamado retorno a la democracia, la sociedad chilena sigue sometida a la institucionalidad política y económica engendradas durante la dictadura. Sigue sometida a la dictadura de los signos, verdadera “diglosia” en que la verdad es mentira y la mentira es verdad”.
En Chile, dice Cuadra, “después de más de veinte años del llamado retorno a la democracia, la sociedad chilena sigue sometida a la institucionalidad política y económica engendradas durante la dictadura. Sigue sometida a la dictadura de los signos, verdadera “diglosia” en que la verdad es mentira y la mentira es verdad”.
En el caso de Panamá, después de 20 años de “democracia” se ha logrado en gran parte destruir los símbolos populistas elaborados por los militares torrijistas y sus asesores. Con bastante éxito (y complicidad de muchos que se llaman torrijistas) los planteamientos desarrollistas, las estrategias de planificación y la noción de lo colectivo se han ido borrando del lenguaje de los panameños. El concepto de desarrollo se reemplazó por el de crecimiento. El uso del término planificación fue prohibido y finalmente erradicado, sustituido por la competencia. A su vez, el imaginario colectivo fue reemplazado por el individualismo privatizador que desintegra familias y destruye comunidades.
Mientras que en Chile, después de 20 años, el neoliberalismo impuesto por Pinochet sigue campante, en Panamá a partir de la invasión militar norteamericana de 1989 se impuso el nuevo lenguaje. Sin embargo, en Chile quienes se enfrentaron a la dictadura – trabajadores y estudiantes - siguen manifestando su espíritu de lucha. A nombre de todo el pueblo de ese país andino, los estudiantes y trabajadores rechazan las políticas que empobrecen a los chilenos.
En el caso de Panamá, los gobiernos electos que han seguido a la dictadura militar han logrado, en parte, cambiar el lenguaje de los panameños. Los miembros de los partidos que colaboraron, de una u otra manera, con la dictadura han tratado de arrogarse el triunfo sobre los militares. Se olvidan que fue el enfrentamiento asimétrico con las fuerzas armadas norteamericanas que acabó con la dictadura. Incluso, hay algunos que quieren construir un museo para recordar el papel de la llamada “Cruzada Civilista”, encabezada por los financistas panameños que movilizaron la oposición a los militares en la crisis de 1987-1989.
Se ha obligado a ambos pueblos a aceptar la palabra “democracia”, de la misma manera que se imponen las supuestas bondades del “crecimiento económico”. En la actualidad, el sistema político chileno así como el panameño pasan por una crisis producto del desgaste de 20 años. Hay indicios que sectores vinculados a ambos gobiernos anhelan un retorno a la “dictadura”, aunque sea de signo civil. El “crecimiento económico”, por su lado, no es otra cosa que el lucro y la codicia de los grandes grupos económicos. “Asistimos a la paradoja, concluye Cuadra, que cualquier demanda social o reclamo democrático se convierte de inmediato en una amenaza a la misma democracia. La dictadura del lenguaje no es otra cosa que el lenguaje de la dictadura en un presente que aspira a la democracia”.
Panamá, 19 de enero de 2012.
Panamá, 19 de enero de 2012.
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